El vino se puede guardar solo si cuenta con un buen tapón.
Los corchos de la imagen, de calidad y edad diversas (el del champagne viejo muestra el efecto de años de compresión; el corcho largo ha estado en una botella de burdeos durante varios decenios), son susceptibles de contaminarse, sobre todo la versión aglomerada económica, fabricada con piezas de corcho encoladas. Un corcho que ha estado en contacto con moho, por ejemplo, desarrollara el desagradable olor a humedad asociado con el tricloroanisol o TCA, que al transmitirse al líquido proporciona al vino un desafortunado sabor a corcho. Los productores de corcho han invertido grandes sumas de dinero en los últimos años con el fin de mejorar las técnicas de producción y el control de calidad. Como resultado de ello, el corcho se contamina cada vez menos. No obstante, numerosos vinicultores están tan molestos por la gran incidencia de contaminación en los corchos que han optado por tapones alternativos.
Los corchos sintéticos, por lo general fabricados con plástico, son los mas populares (sobre todo entre los productores del nuevo mundo), y su calidad ha mejorado. Se hallan disponibles en un amplio abanico de estilos y calidades, y permiten a los consumidores practicar el ritual del descorche sin riesgos de contaminación. Sin embargo, no siempre son fáciles de reutilizar para volver a tapar la botella, y en general no resultan adecuados para los vinos pensados para envejecer en botella.
Algunos productores, en especial de Australia y Nueva Zelanda, se han decantado por los tapones de rosca. Al principio se utilizaron para vinos aromáticos como el riesling y tintos afrutados y sencillos para beberlos jóvenes, en cuyo envejecimiento no se considera necesario el acceso al oxígeno, pero cada vez se están utilizando más. Existe el temor de que, a largo plazo, el vino madure de forma distinta y, tal vez, con menos elegancia, con tapones que no sean de corcho natural o que el sellado potencialmente hermético de un tapón de rosca o un vino-lok de cristal provoquen la aparición de sabores no deseados. Las investigaciones han permitido a los vinicultores adaptar sus prácticas de producción para evitar esos contratiempos y a los fabricantes mejorar la cantidad de oxígeno que penetra en la botella gracias al forro que colocan en el interior del tapón de rosca.
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